Ey, qué tal, banda, aquí va una de esas noches que no se olvidan. Era un juego de la MLB, los Yankees contra los Red Sox, y yo con el corazón en la garganta porque había apostado fuerte a que los Sox remontaban en la octava. No sé si fue el café o los nervios, pero cada pitcheo se sentía como si el diamante se me fuera a convertir en oro o en puro polvo. Al final, con dos outs y un batazo que parecía perdido, el jardinero se resbaló y ¡pum!, entró la carrera que me salvó. Gané una lana que no esperaba, y todavía siento ese cosquilleo cada vez que veo un juego en la tele. ¿A alguien más le ha pasado que un partido te hace sudar más que correr un maratón?