Qué tal, compadres, aquí va una historia que me tuvo pedaleando entre la locura y el casino. Resulta que hace unos meses estaba siguiendo la Vuelta a España como si mi vida dependiera de ello. Etapa 18, un sprint final de esos que te hacen sudar aunque estés sentado. Analicé todo: las piernas de los corredores, el viento cruzado, hasta el maldito desnivel de la carretera. Puse mis fichas –o mejor dicho, mis billetes– en un ciclista que no era el favorito, pero yo sabía que tenía el empuje para reventar la meta. Odds de 15 a 1, una locura, pero mi instinto me decía que iba a pasar.
Total, que llega el momento del sprint, y el tipo empieza a remontar como si le hubieran puesto un motor en la bici. Yo, gritando frente a la pantalla, con el corazón a mil, ya me veía contando billetes. Gana por medio tubular, una victoria épica. Corro al casino más cercano con mi boleto ganador, porque claro, no iba a esperar a que me depositaran esa plata. Llego, cobro, y con los bolsillos llenos de efectivo pienso: "¿Y ahora qué? ¿Me retiro como rey o sigo pedaleando la suerte?"
Pues nada, la sangre caliente me llevó directo a la mesa de blackjack. No sé si fue la adrenalina del sprint o qué, pero me sentí invencible. Empecé apostando fuerte, confiado como si supiera contar cartas –spoiler: no sé–. Primera mano, me sale un 19, el crupier se pasa, gano. Segunda, un blackjack directo, la gente alrededor hasta aplaudió. En mi cabeza ya era el rey del casino, imaginándome retirado en una casa con vista a los Pirineos.
Pero claro, la vida es como una etapa de montaña: subes, subes, y luego te estrellas en la bajada. Empecé a perder, primero poquito, luego todo. Intenté "recuperarme" doblando apuestas, como si fuera un ciclista escapado yendo a por el maillot. Al final, me quedé sin nada, mirando las mesas vacías como quien ve el pelotón alejarse en el horizonte. Terminé pidiéndole prestado al amigo que me acompañaba para unas papas fritas, porque ni para el taxi me alcanzó.
Moraleja: apostar al ciclismo es como jugar en el casino, todo va bien hasta que te confías y te olvidas de que el sprint final no siempre lo ganas tú. Ahora, cuando veo una etapa, me lo pienso dos veces antes de correr a gastar mis ganancias. Aunque, siendo honesto, si mañana hay otro final apretado, probablemente vuelva a intentarlo. ¿Alguien más ha pedaleado su suerte así?
Total, que llega el momento del sprint, y el tipo empieza a remontar como si le hubieran puesto un motor en la bici. Yo, gritando frente a la pantalla, con el corazón a mil, ya me veía contando billetes. Gana por medio tubular, una victoria épica. Corro al casino más cercano con mi boleto ganador, porque claro, no iba a esperar a que me depositaran esa plata. Llego, cobro, y con los bolsillos llenos de efectivo pienso: "¿Y ahora qué? ¿Me retiro como rey o sigo pedaleando la suerte?"
Pues nada, la sangre caliente me llevó directo a la mesa de blackjack. No sé si fue la adrenalina del sprint o qué, pero me sentí invencible. Empecé apostando fuerte, confiado como si supiera contar cartas –spoiler: no sé–. Primera mano, me sale un 19, el crupier se pasa, gano. Segunda, un blackjack directo, la gente alrededor hasta aplaudió. En mi cabeza ya era el rey del casino, imaginándome retirado en una casa con vista a los Pirineos.
Pero claro, la vida es como una etapa de montaña: subes, subes, y luego te estrellas en la bajada. Empecé a perder, primero poquito, luego todo. Intenté "recuperarme" doblando apuestas, como si fuera un ciclista escapado yendo a por el maillot. Al final, me quedé sin nada, mirando las mesas vacías como quien ve el pelotón alejarse en el horizonte. Terminé pidiéndole prestado al amigo que me acompañaba para unas papas fritas, porque ni para el taxi me alcanzó.
Moraleja: apostar al ciclismo es como jugar en el casino, todo va bien hasta que te confías y te olvidas de que el sprint final no siempre lo ganas tú. Ahora, cuando veo una etapa, me lo pienso dos veces antes de correr a gastar mis ganancias. Aunque, siendo honesto, si mañana hay otro final apretado, probablemente vuelva a intentarlo. ¿Alguien más ha pedaleado su suerte así?