A veces, el cross-country te pega duro, ¿no? No hablo solo de las cuestas imposibles o el barro que te atrapa los zapatos, sino de cuando las apuestas te hacen sentir que la meta está más lejos que nunca. Esta temporada he seguido cada carrera, analizando tiempos, condiciones del terreno, incluso el clima, porque en este deporte un día nublado puede cambiarlo todo. Pero hoy no vengo a tirar pronósticos ni a hablar de quién va a dominar en la próxima competencia. Quiero hablar de lo que pasa cuando el juego se siente más pesado que cualquier kilómetro en subida.
Hace unas semanas, me dejé llevar. Pensé que tenía el control, que conocía a los corredores, que podía predecir cada zancada. Puse más de lo que debía en una carrera que parecía fija. El favorito se cayó, literalmente, en el último tramo. Y yo, bueno, me caí con él, pero no en el barro, sino en ese lugar donde te preguntas por qué sigues apostando. Perdí no solo dinero, sino un poco de esa chispa que me hacía disfrutar el cross-country. Me dolió más de lo que esperaba.
Este deporte es brutalmente honesto. No hay atajos, no hay trucos. Los corredores dan todo, y a veces no es suficiente. Apostar en eso debería ser igual de honesto. Creo que olvidé eso por un momento. Me cegó la idea de ganar fácil, de sentir que controlaba algo tan impredecible como un ser humano corriendo contra el viento. Ahora estoy tratando de volver a lo básico: disfrutar las carreras, analizarlas por puro amor al deporte, y apostar solo lo que no me quita el sueño.
No sé si alguien más se ha sentido así, pero si estás en ese punto donde la apuesta pesa más que la emoción de ver la carrera, para un segundo. El cross-country nos enseña que siempre hay otra meta, otro sendero. No dejes que una mala racha te saque del camino.
Hace unas semanas, me dejé llevar. Pensé que tenía el control, que conocía a los corredores, que podía predecir cada zancada. Puse más de lo que debía en una carrera que parecía fija. El favorito se cayó, literalmente, en el último tramo. Y yo, bueno, me caí con él, pero no en el barro, sino en ese lugar donde te preguntas por qué sigues apostando. Perdí no solo dinero, sino un poco de esa chispa que me hacía disfrutar el cross-country. Me dolió más de lo que esperaba.
Este deporte es brutalmente honesto. No hay atajos, no hay trucos. Los corredores dan todo, y a veces no es suficiente. Apostar en eso debería ser igual de honesto. Creo que olvidé eso por un momento. Me cegó la idea de ganar fácil, de sentir que controlaba algo tan impredecible como un ser humano corriendo contra el viento. Ahora estoy tratando de volver a lo básico: disfrutar las carreras, analizarlas por puro amor al deporte, y apostar solo lo que no me quita el sueño.
No sé si alguien más se ha sentido así, pero si estás en ese punto donde la apuesta pesa más que la emoción de ver la carrera, para un segundo. El cross-country nos enseña que siempre hay otra meta, otro sendero. No dejes que una mala racha te saque del camino.