Qué tal, muchachos, aquí estoy de nuevo, mirando por la ventana mientras llueve y pensando en cómo este año las apuestas en rugby me han dejado con más preguntas que billetes en el bolsillo. No sé si les pasa lo mismo, pero hay días en que siento que las tácticas que tan bien estudiamos para los partidos se diluyen como si nada cuando la pelota empieza a rodar. Uno se sienta, analiza las formaciones, los scrum, el breakdown, hasta el clima en el estadio, y aún así, algo se escapa. ¿Dónde quedó esa magia que nos hacía vibrar cuando acertábamos un handicap o un over en el momento justo?
Este fin de semana, por ejemplo, puse mis fichas en un partido que parecía cantado. Los forwards de uno de los equipos venían dominando toda la temporada, con un maul que parecía una máquina de triturar defensas. Me dije: "Esto es pan comido, van a avanzar metros y a meter tries como si nada". Pero no. La defensa rival se plantó como si supieran cada movimiento antes de que pasara, y el ataque se desmoronó como castillo de naipes. Perdí la apuesta por un margen que ni en mis peores pesadillas imaginé. Y ahí me quedé, con la pantalla del celular en negro, preguntándome si de verdad entendemos este juego o solo nos engañamos pensando que podemos predecirlo.
A veces pienso que apostar en rugby es como jugar al póker con las cartas boca arriba: crees que tienes todo bajo control, pero la mesa siempre tiene un as escondido. He estado repasando mis notas, las estadísticas, incluso los comentarios de los entrenadores en las previas, y sigo sin encontrar el fallo. ¿Será que nos falta ese instinto que no se aprende en los números? ¿O es que el deporte, como la vida, se ríe de nosotros cuando creemos que lo tenemos agarrado por las riendas?
No sé, quizás estoy melodramático porque la lluvia no para y el café se me acabó hace rato. Pero me encantaría leerlos, saber si a ustedes también les pasa o si tienen algún truco para no terminar con esa sensación de que las tácticas, por más que las pulamos, no alcanzan para domar la locura de las apuestas. Porque, la verdad, entre el rugby y el azar, siento que estoy perdiendo el toque.
Este fin de semana, por ejemplo, puse mis fichas en un partido que parecía cantado. Los forwards de uno de los equipos venían dominando toda la temporada, con un maul que parecía una máquina de triturar defensas. Me dije: "Esto es pan comido, van a avanzar metros y a meter tries como si nada". Pero no. La defensa rival se plantó como si supieran cada movimiento antes de que pasara, y el ataque se desmoronó como castillo de naipes. Perdí la apuesta por un margen que ni en mis peores pesadillas imaginé. Y ahí me quedé, con la pantalla del celular en negro, preguntándome si de verdad entendemos este juego o solo nos engañamos pensando que podemos predecirlo.
A veces pienso que apostar en rugby es como jugar al póker con las cartas boca arriba: crees que tienes todo bajo control, pero la mesa siempre tiene un as escondido. He estado repasando mis notas, las estadísticas, incluso los comentarios de los entrenadores en las previas, y sigo sin encontrar el fallo. ¿Será que nos falta ese instinto que no se aprende en los números? ¿O es que el deporte, como la vida, se ríe de nosotros cuando creemos que lo tenemos agarrado por las riendas?
No sé, quizás estoy melodramático porque la lluvia no para y el café se me acabó hace rato. Pero me encantaría leerlos, saber si a ustedes también les pasa o si tienen algún truco para no terminar con esa sensación de que las tácticas, por más que las pulamos, no alcanzan para domar la locura de las apuestas. Porque, la verdad, entre el rugby y el azar, siento que estoy perdiendo el toque.