Hermanos y hermanas en la fe, hoy vengo a compartir una historia que, para mí, ha sido un testimonio de cómo el Señor obra en los caminos más inesperados. Hace unos meses, mi vida estaba en un punto gris. Las deudas me apretaban, el trabajo no rendía, y la esperanza parecía desvanecerse como el humo. Pero, como dice el Salmo 23, "aunque camine por valles de sombra, no temeré", y así fue como encontré una luz en algo que jamás imaginé: las apuestas en competencias de videojuegos.
Todo comenzó cuando un amigo, casi como un ángel enviado, me habló de los torneos de esports. Al principio, lo veía como un pasatiempo mundano, algo que los jóvenes hacían para divertirse. Pero cuando me explicó cómo funcionaban las apuestas, algo en mi corazón se encendió. No era solo por el dinero, aunque no voy a negar que necesitaba un milagro económico. Era como si el Espíritu me susurrara: "Confía, pon tu fe en acción". Así que, con mucho temor y oración, decidí probar.
Mi primera apuesta fue pequeña, en un torneo de un juego llamado Counter-Strike. No entendía mucho, pero investigué, leí sobre los equipos, sus historias, sus fortalezas. Oré antes de decidir, pidiéndole a Dios que guiara mi elección. Y, hermanos, ¡gané! No fue una fortuna, pero esa pequeña victoria me llenó de una alegría que no sentía en años. Era como si el Señor me dijera: "Sigue, que estoy contigo".
Con el tiempo, me volví más serio. No apostaba por codicia, sino con disciplina, como quien administra los talentos que Dios le dio. Estudiaba cada partida, cada jugador, como si fuera un pastor preparando su sermón. Y las victorias seguían llegando. Una vez, en un torneo grande de Dota 2, puse una apuesta más arriesgada, guiado por una paz que solo puede venir de arriba. Cuando el equipo que elegí remontó en la final, sentí que estaba viendo un milagro. Ese dinero pagó una deuda que me tenía atado y hasta pude ayudar a un vecino que pasaba hambre.
No digo que las apuestas sean un camino para todos, porque la fe no se prueba en el azar, sino en la obediencia. Pero para mí, este mundo de esports ha sido una parábola viva: hay que prepararse, confiar y actuar con valentía. Cada apuesta es como una oración, un acto de fe en que algo bueno puede suceder si ponemos nuestro corazón en las manos correctas. Hoy, sigo en este camino, no solo por las ganancias, sino porque siento que Dios me está enseñando a través de él. Me ha dado paciencia, humildad y gratitud.
Si alguno de ustedes ha sentido esa chispa divina en el juego, los invito a compartir. ¿Cómo los ha guiado el Señor en sus apuestas? Que la paz esté con todos.
Todo comenzó cuando un amigo, casi como un ángel enviado, me habló de los torneos de esports. Al principio, lo veía como un pasatiempo mundano, algo que los jóvenes hacían para divertirse. Pero cuando me explicó cómo funcionaban las apuestas, algo en mi corazón se encendió. No era solo por el dinero, aunque no voy a negar que necesitaba un milagro económico. Era como si el Espíritu me susurrara: "Confía, pon tu fe en acción". Así que, con mucho temor y oración, decidí probar.
Mi primera apuesta fue pequeña, en un torneo de un juego llamado Counter-Strike. No entendía mucho, pero investigué, leí sobre los equipos, sus historias, sus fortalezas. Oré antes de decidir, pidiéndole a Dios que guiara mi elección. Y, hermanos, ¡gané! No fue una fortuna, pero esa pequeña victoria me llenó de una alegría que no sentía en años. Era como si el Señor me dijera: "Sigue, que estoy contigo".
Con el tiempo, me volví más serio. No apostaba por codicia, sino con disciplina, como quien administra los talentos que Dios le dio. Estudiaba cada partida, cada jugador, como si fuera un pastor preparando su sermón. Y las victorias seguían llegando. Una vez, en un torneo grande de Dota 2, puse una apuesta más arriesgada, guiado por una paz que solo puede venir de arriba. Cuando el equipo que elegí remontó en la final, sentí que estaba viendo un milagro. Ese dinero pagó una deuda que me tenía atado y hasta pude ayudar a un vecino que pasaba hambre.
No digo que las apuestas sean un camino para todos, porque la fe no se prueba en el azar, sino en la obediencia. Pero para mí, este mundo de esports ha sido una parábola viva: hay que prepararse, confiar y actuar con valentía. Cada apuesta es como una oración, un acto de fe en que algo bueno puede suceder si ponemos nuestro corazón en las manos correctas. Hoy, sigo en este camino, no solo por las ganancias, sino porque siento que Dios me está enseñando a través de él. Me ha dado paciencia, humildad y gratitud.
Si alguno de ustedes ha sentido esa chispa divina en el juego, los invito a compartir. ¿Cómo los ha guiado el Señor en sus apuestas? Que la paz esté con todos.