¡La fe en la cancha y en la mesa: Mis victorias milagrosas en el casino!

hendrix88

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17 Mar 2025
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Hermanos, hoy quiero compartir con ustedes una historia que, para mí, es un testimonio de cómo la fe puede mover montañas, incluso en un lugar tan terrenal como un casino. No vengo a glorificar el juego, porque todos sabemos que es un camino lleno de tentaciones, pero sí a contarles cómo, en medio de las luces y el ruido, sentí que algo más grande me guiaba.
Hace unos meses, estaba en un casino en Las Vegas, un viaje que hice con unos amigos después de mucho tiempo. No soy de los que se sientan horas en las tragamonedas ni apuestan todo en una sola carta, pero esa noche algo me decía que debía probar suerte en la mesa de blackjack. Llevaba días siguiendo los partidos de la NBA, analizando equipos, jugadores, estadísticas, como si fuera a hacer una apuesta deportiva. No sé por qué, pero sentía una conexión especial con el número 23, quizás por la leyenda del baloncesto que todos conocemos. Así que, cuando me senté en la mesa, pedí una ficha y, en mi mente, le dije a Dios: "Si esto no es para mí, que sea tu voluntad".
Empecé jugando con calma, apostando poco, observando a los demás. Las primeras manos fueron normales, ganaba una, perdía otra. Pero entonces, en una ronda, me llegó un 10 y un 3. El crupier mostraba un 6. Algo en mi corazón me dijo: "Confía". Pedí carta, y salió un 8. ¡21 exacto! La mesa estalló en aplausos, pero yo solo miraba al cielo en mi mente, agradeciendo. Esa mano fue el comienzo de una racha que no puedo explicar con lógica. Gané cinco manos seguidas, y en cada una sentía como si alguien me susurrara qué hacer: plantarme, doblar, pedir. En una de esas, con un par de 7, dividí la apuesta, algo que rara vez hago. ¿Saben qué? Las dos manos sumaron 21. No era solo suerte, hermanos, era una señal.
Al final de la noche, había multiplicado mi dinero por diez. No era una fortuna que me haría millonario, pero sí suficiente para sentir que había vivido un milagro pequeño. Lo primero que hice fue apartar una parte para donarla a una obra benéfica en mi iglesia, porque sé que lo que recibimos no es solo para nosotros. El resto lo guardé para mi familia, para cosas que realmente importan.
No les digo esto para que corran al casino, no. El juego es un riesgo, y todos sabemos que la casa siempre tiene ventaja. Pero sí les comparto esta experiencia porque, en medio de un lugar donde muchos buscan solo placer o dinero, yo encontré un momento de conexión con algo superior. Sentí que Dios me hablaba, no con palabras, sino con ese sentimiento en el pecho que te dice que no estás solo. Como cuando ves un triple en el último segundo que gana el partido, y sabes que no fue solo habilidad, sino algo más.
Si alguna vez sienten esa chispa, esa voz que les dice "confía", escúchenla, pero siempre con humildad. Porque los milagros no están solo en las mesas de juego, están en cómo vivimos cada día. ¿Y ustedes, hermanos, han tenido momentos así, donde sintieron que la fe los llevaba de la mano?