A veces, cuando el ruido de las tragamonedas y las mesas de póker se siente abrumador, me escapo a las apuestas de cross-country. Hay algo en ver a los corredores enfrentarse al terreno, al viento, a sus propios límites, que me da una paz extraña. No es solo por el dinero, aunque claro, una buena predicción siempre ayuda. Es como si el ritmo de la carrera me recordara respirar hondo y confiar en mi instinto. Ayer, mientras analizaba una carrera en los bosques de Noruega, sentí esa calma otra vez. No gané mucho, pero esa sensación no tiene precio.