Una noche cualquiera, de esas que no esperas mucho, terminé entrando al casino del centro. Las luces brillaban como siempre, con ese destello que te envuelve y te hace olvidar el mundo exterior. Había algo en el aire, una mezcla de nervios y emoción que se pegaba a la piel. Me senté en una mesa de blackjack, no porque fuera mi juego favorito, sino porque sentí que esa noche necesitaba un desafío.
Las cartas iban y venían, y aunque no estaba ganando mucho, tampoco perdía. Era como si el universo estuviera jugando conmigo, manteniéndome en un equilibrio extraño. Pero entonces, en una mano que parecía igual a las demás, todo cambió. Pedí una carta más, con el corazón latiendo fuerte, y ahí estaba: un as que lo cambió todo. La mesa entera se quedó en silencio por un segundo, y cuando el crupier confirmó mi victoria, sentí una descarga que no puedo explicar. No fue solo por el dinero, fue por ese momento en que todo encaja, como si el destino te guiñara un ojo.
Salí de ahí con una sonrisa que no se me borraba, pero también con una sensación rara, como si hubiera vivido algo más grande que una simple noche de suerte. El casino tiene esa magia: te da historias que no esperabas contar.
Las cartas iban y venían, y aunque no estaba ganando mucho, tampoco perdía. Era como si el universo estuviera jugando conmigo, manteniéndome en un equilibrio extraño. Pero entonces, en una mano que parecía igual a las demás, todo cambió. Pedí una carta más, con el corazón latiendo fuerte, y ahí estaba: un as que lo cambió todo. La mesa entera se quedó en silencio por un segundo, y cuando el crupier confirmó mi victoria, sentí una descarga que no puedo explicar. No fue solo por el dinero, fue por ese momento en que todo encaja, como si el destino te guiñara un ojo.
Salí de ahí con una sonrisa que no se me borraba, pero también con una sensación rara, como si hubiera vivido algo más grande que una simple noche de suerte. El casino tiene esa magia: te da historias que no esperabas contar.