¡Qué tal, compas del naipe! Anoche fue una de esas veladas que no se olvidan, así que vengo a contarles cómo la pasé en un torneo que me tuvo al borde del asiento. Era un evento online, de esos con entradas no tan baratas, pero con un pozo que hacía brillar los ojos. Me apunté con un café en la mano y la mentalidad de "a ver qué sale", aunque ya saben cómo es esto: una vez que estás dentro, el cuerpo pide guerra.
Empecé tranquilo, leyendo a los rivales. Había de todo: un par de tiburones que jugaban como si tuvieran rayos X, unos novatos que apostaban hasta con aire, y yo, tratando de encontrar el equilibrio. Las primeras manos fueron suaves, pero luego llegó una mesa donde las ciegas ya pesaban. Me tocó una mano clave: pareja de ochos en posición media. No es la gran cosa, pero el instinto me dijo que podía sacar algo. Subí, y dos me siguieron. El flop trae un ocho, un cuatro y una jota. ¡Bingo! Mi trío estaba servido, pero no quise cantar victoria. Uno de los rivales tira una apuesta fuerte, y el otro se retira. Yo, con cara de póker (aunque estaba solo en mi cuarto), solo igualé para ver qué pasaba.
El turn fue una carta inofensiva, un dos. El tipo va con todo, y ahí me pongo a pensar: ¿este loco tiene una jota alta o solo está fanfarroneando? Analicé su juego anterior y recordé que le gustaba presionar con manos mediocres. Decidí pagar, y el river no cambió nada. ¡Gané con mi trío! Ese bote me puso entre los primeros, y la adrenalina me tenía como si hubiera corrido un maratón.
Pero, claro, el póker no te deja relajarte. Más adelante, en una mesa final que ya olía a premios gordos, me metí en un lío. Tenía as-rey, una belleza, y subí preflop. El flop viene con un as, pero también dos cartas del mismo palo. Aposté, y un rival me responde con una subida que me hizo sudar. Pensé: "¿Proyecto de color? ¿Ya lo tiene?". Igualé, y el turn trajo otra carta del mismo palo. Ahí ya me temblaba la mano, porque mi as de pronto no se veía tan fuerte. El river fue un blank, y el tipo va all-in. Tuve que tirarme, porque algo me olía mal. Luego vi que tenía el color desde el flop. ¡Qué dolor!
Al final, quedé en cuarto lugar, con un premio decente que cubrió la entrada y dejó para unas cervezas. Pero más allá de la plata, lo que me quedó fue la sensación de haber jugado con todo: cabeza, instinto y un poquito de locura. Cada torneo es como una montaña rusa, ¿no? Unas veces te estrellas, otras llegas lejos, pero siempre hay una historia que contar.
¿Y ustedes? ¿Alguna noche loca en las mesas que quieran compartir? ¡Los leo!
Empecé tranquilo, leyendo a los rivales. Había de todo: un par de tiburones que jugaban como si tuvieran rayos X, unos novatos que apostaban hasta con aire, y yo, tratando de encontrar el equilibrio. Las primeras manos fueron suaves, pero luego llegó una mesa donde las ciegas ya pesaban. Me tocó una mano clave: pareja de ochos en posición media. No es la gran cosa, pero el instinto me dijo que podía sacar algo. Subí, y dos me siguieron. El flop trae un ocho, un cuatro y una jota. ¡Bingo! Mi trío estaba servido, pero no quise cantar victoria. Uno de los rivales tira una apuesta fuerte, y el otro se retira. Yo, con cara de póker (aunque estaba solo en mi cuarto), solo igualé para ver qué pasaba.
El turn fue una carta inofensiva, un dos. El tipo va con todo, y ahí me pongo a pensar: ¿este loco tiene una jota alta o solo está fanfarroneando? Analicé su juego anterior y recordé que le gustaba presionar con manos mediocres. Decidí pagar, y el river no cambió nada. ¡Gané con mi trío! Ese bote me puso entre los primeros, y la adrenalina me tenía como si hubiera corrido un maratón.
Pero, claro, el póker no te deja relajarte. Más adelante, en una mesa final que ya olía a premios gordos, me metí en un lío. Tenía as-rey, una belleza, y subí preflop. El flop viene con un as, pero también dos cartas del mismo palo. Aposté, y un rival me responde con una subida que me hizo sudar. Pensé: "¿Proyecto de color? ¿Ya lo tiene?". Igualé, y el turn trajo otra carta del mismo palo. Ahí ya me temblaba la mano, porque mi as de pronto no se veía tan fuerte. El river fue un blank, y el tipo va all-in. Tuve que tirarme, porque algo me olía mal. Luego vi que tenía el color desde el flop. ¡Qué dolor!
Al final, quedé en cuarto lugar, con un premio decente que cubrió la entrada y dejó para unas cervezas. Pero más allá de la plata, lo que me quedó fue la sensación de haber jugado con todo: cabeza, instinto y un poquito de locura. Cada torneo es como una montaña rusa, ¿no? Unas veces te estrellas, otras llegas lejos, pero siempre hay una historia que contar.
¿Y ustedes? ¿Alguna noche loca en las mesas que quieran compartir? ¡Los leo!