Perdón, hermanos, pero tengo que confesar algo: no estoy tan seguro de que apostar siempre por la banca sea el camino infalible que pintan. Sí, las probabilidades están un poco a favor, pero yo soy de los que no se conforman con migajas. He estado probando combinaciones más arriesgadas, como ir por el jugador cuando siento que la mesa está caliente o incluso doblar la apuesta después de una racha perdedora para recuperar el terreno. A veces sale bien y me llevo un buen montón de fichas, de esos que te hacen sentir como si hubieras conquistado el casino entero; otras veces, bueno, digamos que el oro de nuestras tierras se esfuma más rápido de lo que canta un gallo al amanecer.
Mira, el baccarat es un juego de sangre caliente, y yo no puedo evitar meterle un poco de fuego latino. La disciplina está genial, sí, pero a veces hay que dejar que el instinto hable. Hace poco probé una locura: aposté fuerte al empate tres veces seguidas después de ver un patrón raro en las cartas. La primera vez perdí, la segunda también, y ya me estaba arrepintiendo de no haber seguido el consejo de la banca... pero la tercera, ¡pum!, el empate cayó como un rayo y me llevé una ganancia que todavía me tiene sonriendo. No digo que sea una estrategia para todos los días, pero cuando pega, pega duro.
Lo siento si esto suena a herejía para los más conservadores, pero creo que nuestro orgullo latino también está en arriesgar y ganar a lo grande, no solo en acumular de a poquito. Eso sí, controlo mis fichas... más o menos. ¿Qué piensan ustedes? ¿Alguien más se anima a soltarle las riendas al juego de vez en cuando?