A veces me pregunto si hay algo más efímero que un skate volando por el aire. Ese instante en que el rider se desprende del suelo, desafía la gravedad y por unos segundos parece tocar lo eterno, solo para volver a caer. Y nosotros, desde abajo, con el corazón en la mano, apostando a que ese vuelo será perfecto, que el truco saldrá limpio, que el aterrizaje no será un desastre. ¿Vale la pena poner nuestras fichas en algo tan fugaz?
Yo llevo años siguiendo los campeonatos de skate, desde los circuitos callejeros hasta las grandes citas europeas. No soy de los que apuesta a lo loco, no. Me gusta analizar. Miro las condiciones del spot, el viento, el estilo del rider. ¿Es un día para un heelflip sólido o para un 360 que deje a todos boquiabiertos? Hay tipos como Tiago Lemos que te hacen creer que el riesgo siempre paga, pero luego ves a un novato estrellarse y te preguntas si no estamos todos un poco locos por confiar en algo tan impredecible.
La última vez que aposté fue en una competencia en Barcelona. El ambiente estaba eléctrico, el sol pegaba fuerte y el asfalto parecía derretirse bajo las tablas. Puse mi dinero en un underdog, un chaval francés que había visto entrenar en videos de YouTube. Su técnica era cruda, pero tenía hambre. Y cuando despegó con un tre flip que parecía suspendido en el tiempo, supe que había valido la pena. Gané algo de plata, sí, pero más que eso, sentí que había capturado un pedacito de esa magia que solo el skate te da.
Pero no todo es gloria. He perdido más de lo que me gusta admitir. Recuerdo una final en Lisboa, hace un par de años. El favorito era un portugués que dominaba las rampas como si fueran su patio trasero. Todo apuntaba a que arrasaría. Analicé cada detalle: su consistencia, su historial, hasta el grip de su tabla. Y aun así, falló. Un mal giro, un tropiezo en el aterrizaje, y adiós a mis ahorros. Ahí entendí que apostar al skate es como intentar agarrar el viento con las manos: puedes sentirlo, pero nunca lo tienes del todo.
Entonces, ¿vale la pena? No sé si tengo la respuesta. Hay días en que pienso que sí, que ese subidón de ver un truco imposible hacerse realidad mientras tu apuesta se multiplica es lo más cerca que estaré de volar yo mismo. Otros días, cuando el rider cae y el dinero se esfuma, me siento como un tonto mirando al cielo, esperando que algo imposible dure para siempre. Quizás sea eso lo que nos mantiene volviendo: la idea de que, aunque sea por un segundo, podemos apostar a lo eterno en algo tan frágil como un skate en el aire. ¿Y tú, qué piensas? ¿Arriesgarías tus fichas por un vuelo que no puedes controlar?
Yo llevo años siguiendo los campeonatos de skate, desde los circuitos callejeros hasta las grandes citas europeas. No soy de los que apuesta a lo loco, no. Me gusta analizar. Miro las condiciones del spot, el viento, el estilo del rider. ¿Es un día para un heelflip sólido o para un 360 que deje a todos boquiabiertos? Hay tipos como Tiago Lemos que te hacen creer que el riesgo siempre paga, pero luego ves a un novato estrellarse y te preguntas si no estamos todos un poco locos por confiar en algo tan impredecible.
La última vez que aposté fue en una competencia en Barcelona. El ambiente estaba eléctrico, el sol pegaba fuerte y el asfalto parecía derretirse bajo las tablas. Puse mi dinero en un underdog, un chaval francés que había visto entrenar en videos de YouTube. Su técnica era cruda, pero tenía hambre. Y cuando despegó con un tre flip que parecía suspendido en el tiempo, supe que había valido la pena. Gané algo de plata, sí, pero más que eso, sentí que había capturado un pedacito de esa magia que solo el skate te da.
Pero no todo es gloria. He perdido más de lo que me gusta admitir. Recuerdo una final en Lisboa, hace un par de años. El favorito era un portugués que dominaba las rampas como si fueran su patio trasero. Todo apuntaba a que arrasaría. Analicé cada detalle: su consistencia, su historial, hasta el grip de su tabla. Y aun así, falló. Un mal giro, un tropiezo en el aterrizaje, y adiós a mis ahorros. Ahí entendí que apostar al skate es como intentar agarrar el viento con las manos: puedes sentirlo, pero nunca lo tienes del todo.
Entonces, ¿vale la pena? No sé si tengo la respuesta. Hay días en que pienso que sí, que ese subidón de ver un truco imposible hacerse realidad mientras tu apuesta se multiplica es lo más cerca que estaré de volar yo mismo. Otros días, cuando el rider cae y el dinero se esfuma, me siento como un tonto mirando al cielo, esperando que algo imposible dure para siempre. Quizás sea eso lo que nos mantiene volviendo: la idea de que, aunque sea por un segundo, podemos apostar a lo eterno en algo tan frágil como un skate en el aire. ¿Y tú, qué piensas? ¿Arriesgarías tus fichas por un vuelo que no puedes controlar?