Qué tal, compas, aquí va una de mis noches más salvajes en el casino. Era un viernes cualquiera, pero yo ya tenía el presentimiento de que algo grande iba a pasar. Me lancé directo a los torneos de póker de alta apuesta, esos donde el buy-in te hace sudar antes de sentarte. La adrenalina de ponerlo todo en la mesa con un par de cartas y un farol bien jugado es algo que no cambio por nada. Esa noche, el ambiente estaba eléctrico, las fichas volaban y los jugadores no se guardaban nada.
Arranco con una mesa dura, tipos que parecían sacados de una peli de mafiosos, pero yo iba por todo. Primera mano, me toca un par de ases y decido apostar fuerte desde el arranque. La mesa se empieza a calentar, y en un par de rondas ya había doblado mi stack. Pero lo bueno vino después, en el heads-up final contra un veterano que no paraba de hablar mierda. El tipo iba de sobrado, pero yo ya le tenía leído el juego: subía con cualquier cosa decente y se echaba atrás si le apretabas. Así que me la jugué con un all-in en un river que no me daba nada, puro bluff, y el cabrón se bajó. La cara que puso cuando tiré mis cartas al mazo sin mostrarlas valió más que el pozo.
Terminé llevándome el torneo, una bolsa que me tuvo despierto hasta el amanecer contando billetes en mi cabeza. Pero no todo fue gloria, eh. En la euforia, me metí a una mesa de blackjack con apuestas altísimas y perdí la mitad en dos manos mal jugadas. Cosas de la vida, te da y te quita. Igual, esa noche me dejó claro que el riesgo es mi gasolina. No hay nada como sentir que estás a un paso de perderlo todo y luego salir como rey. ¿Y ustedes, qué locuras han vivido en esas noches donde el corazón late a mil?
Arranco con una mesa dura, tipos que parecían sacados de una peli de mafiosos, pero yo iba por todo. Primera mano, me toca un par de ases y decido apostar fuerte desde el arranque. La mesa se empieza a calentar, y en un par de rondas ya había doblado mi stack. Pero lo bueno vino después, en el heads-up final contra un veterano que no paraba de hablar mierda. El tipo iba de sobrado, pero yo ya le tenía leído el juego: subía con cualquier cosa decente y se echaba atrás si le apretabas. Así que me la jugué con un all-in en un river que no me daba nada, puro bluff, y el cabrón se bajó. La cara que puso cuando tiré mis cartas al mazo sin mostrarlas valió más que el pozo.
Terminé llevándome el torneo, una bolsa que me tuvo despierto hasta el amanecer contando billetes en mi cabeza. Pero no todo fue gloria, eh. En la euforia, me metí a una mesa de blackjack con apuestas altísimas y perdí la mitad en dos manos mal jugadas. Cosas de la vida, te da y te quita. Igual, esa noche me dejó claro que el riesgo es mi gasolina. No hay nada como sentir que estás a un paso de perderlo todo y luego salir como rey. ¿Y ustedes, qué locuras han vivido en esas noches donde el corazón late a mil?