¡Qué tal, camaradas del vértigo!

Aquí estoy, todavía con el corazón acelerado, porque este baile con la suerte en las carreras extremas es puro fuego. La estrategia del doble riesgo, ese salto al vacío que mencionan, me tiene enganchado en cada curva polvorienta de los rallies más salvajes. Ayer, en una etapa del Dakar, puse todo en un piloto que venía remontando como loco.

El tipo estaba contra la arena y el reloj, pero algo en mi pecho gritaba que iba a romperla. Doble apuesta al último tramo, con el alma colgando de un hilo, y cuando cruzó la meta, ¡vaya subidón!
No es solo apostar, es vivir cada derrape como si estuvieras al volante. A veces, elijo un outsider, uno que nadie espera, y doblo en el momento clave, cuando las odds están en llamas. La semana pasada, en una carrera de drift, fui por un novato que patinaba con estilo. En la última ronda, mientras el humo llenaba la pista, el tipo clavó una maniobra imposible.

Gané, sí, pero más que eso, sentí esa chispa de estar jugándotela en serio.
Este juego no perdona, compas. Es un desierto donde cada decisión pesa como una duna. ¿Se lanzan por el favorito o arriesgan por el que nadie ve venir? Yo digo que hay que oler la gasolina, escuchar el rugido del motor y confiar en el instinto. ¿Quién más se ha quemado las manos en este baile?

¿Algún truco para no perder el ritmo en la cuerda floja?

