Qué locura fue ese partido del otro día, ¿no? Uno de esos tie-breaks que te tienen pegado a la pantalla, con el corazón en la garganta, mientras los jugadores se mandan derechazos como si no hubiera mañana. Estaba revisando las stats antes de meterle unas fichas a ese encuentro, y todo apuntaba a que el favorito iba a cerrar rápido. La cuota no era gran cosa, pero parecía sólido: buen historial en tie-breaks, porcentaje de primeros servicios alto y un desgaste físico menor en los últimos partidos. Hasta el clima estaba de su lado, con ese sol pesado que suele favorecer a los que pegan duro desde el fondo.
Pero claro, esto es tenis, y el tie-break es como una ruleta rusa. El underdog empezó a sacar como loco, metiendo aces en momentos clave, y el favorito, que normalmente es una roca, se empezó a desconcentrar con el viento cruzado. En el 5-5, ya no sabía si estaba sudando por el calor o por los nervios. Había puesto una combinada con ese partido y otro de la ATP 250, y todo se me estaba yendo al carajo por un par de puntos mal jugados. Al final, el favorito remontó de pura garra, ganando 7-6 después de salvar dos puntos de set. La apuesta entró por un pelo, pero juro que estuve a nada de apagar la tele y olvidarme del tema.
Lo que aprendí ese día es que no hay nada seguro cuando el marcador se aprieta así. Puedes tener todos los números en la cabeza, analizar enfrentamientos previos, mirar cómo está la cancha y hasta calcular el cansancio del viaje, pero en un tie-break, cualquier cosa puede pasar. Ahora, cada vez que veo uno venir, me lo pienso dos veces antes de jugármela tan confiado. Aunque, siendo honesto, esa adrenalina de verlo definirse en el último punto es lo que me tiene enganchado a esto. ¿A alguien más le ha pasado que un tie-break le cambia el humor del día entero? Porque a mí, ese mediodía, me dejó agotado como si hubiera jugado yo mismo.
Pero claro, esto es tenis, y el tie-break es como una ruleta rusa. El underdog empezó a sacar como loco, metiendo aces en momentos clave, y el favorito, que normalmente es una roca, se empezó a desconcentrar con el viento cruzado. En el 5-5, ya no sabía si estaba sudando por el calor o por los nervios. Había puesto una combinada con ese partido y otro de la ATP 250, y todo se me estaba yendo al carajo por un par de puntos mal jugados. Al final, el favorito remontó de pura garra, ganando 7-6 después de salvar dos puntos de set. La apuesta entró por un pelo, pero juro que estuve a nada de apagar la tele y olvidarme del tema.
Lo que aprendí ese día es que no hay nada seguro cuando el marcador se aprieta así. Puedes tener todos los números en la cabeza, analizar enfrentamientos previos, mirar cómo está la cancha y hasta calcular el cansancio del viaje, pero en un tie-break, cualquier cosa puede pasar. Ahora, cada vez que veo uno venir, me lo pienso dos veces antes de jugármela tan confiado. Aunque, siendo honesto, esa adrenalina de verlo definirse en el último punto es lo que me tiene enganchado a esto. ¿A alguien más le ha pasado que un tie-break le cambia el humor del día entero? Porque a mí, ese mediodía, me dejó agotado como si hubiera jugado yo mismo.