Qué noche aquella, amigos. La ruleta me tenía hipnotizado, cada giro era como un latido. Empecé apostando poco, pero la adrenalina me empujó a ir por más, siempre pensando que el próximo número sería el mío. Creí que podía controlar el juego, que las apuestas altas me salvarían. Pero no. Todo se desvaneció en un par de giros. Perdí más que dinero, perdí la cabeza por un momento. Ahora solo queda el eco de esa mesa y una lección que no olvidaré.