Qué tal, compas del riesgo y la adrenalina... Hoy vengo con el ánimo por el suelo, porque la Fórmula 1 me dio un golpe duro esta temporada, y quiero desahogarme un poco aquí.
Siempre digo que las carreras no son solo velocidad, sino estrategia, datos y un poquito de instinto, pero a veces, ni con todo eso alcanza. 

Empecé el año con toda la ilusión, analizando circuitos, tiempos de vuelta, historial de pilotos, hasta el clima en cada Gran Premio. Me sentía como ingeniero de equipo, pero de apuestas, ¿saben?
Puse una buena cantidad en Mónaco, confiando en que Leclerc iba a romper la maldición en casa. Todo pintaba perfecto: pole position, la afición enloquecida, el monegasco volando en las prácticas... y ¡pum! Error en pits, estrategia desastrosa y un cuarto lugar que me dejó con cara de "qué acabo de ver".
Ahí se fue mi primera gran apuesta del año.
Luego, en Silverstone, pensé: "Bueno, aquí cambio de plan, voy por algo más seguro". Analicé los números y me tiré por Norris, que venía fuerte con McLaren. ¿Qué pasó? Una llovizna inesperada, mala decisión de neumáticos y otro fiasco.
Perdí no solo plata, sino la confianza en mis propios cálculos. Uno se pregunta: ¿de qué sirve pasarte horas mirando telemetrías si al final la suerte te da la espalda?
Y no les cuento lo de Singapur... Fui con todo por Verstappen, porque, vamos, es Max, ¿no? Imbatible, decían. Pero entre el calor, un safety car mal timed y un error suyo que nadie vio venir, mi apuesta se fue al carajo.
Fue como ver un castillo de naipes derrumbarse en cámara lenta. Terminé la carrera con la billetera vacía y el orgullo herido.
Lo peor es esa sensación de "si tan solo hubiera...". Si tan solo no me hubiera confiado tanto, si hubiera diversificado más las apuestas, si hubiera escuchado ese presentimiento que me decía "no vayas tan fuerte".
La Fórmula 1 es un juego cruel para los que apostamos, porque cada detalle cuenta y, cuando menos lo esperas, un tornillo suelto en el auto o una décima de segundo lo cambia todo.
Ahora estoy en una de esas rachas donde todo sale mal. Hasta las apuestas pequeñas, esas que haces "por diversión", se me están yendo al hoyo.
No sé si es mala suerte, si estoy forzando demasiado o si simplemente no estoy en sintonía con las pistas este año. Lo único que sé es que la adrenalina de las carreras ya no me sube el ánimo como antes. Cada Gran Premio es un recordatorio de que, por más que analices, el asfalto siempre tiene la última palabra.
Si alguien está en la misma, compartan su dolor, que aquí estamos para lamernos las heridas juntos.
¿Alguna vez han sentido que la F1 los traiciona así? ¿O soy el único que anda peleado con la suerte? 



Empecé el año con toda la ilusión, analizando circuitos, tiempos de vuelta, historial de pilotos, hasta el clima en cada Gran Premio. Me sentía como ingeniero de equipo, pero de apuestas, ¿saben?


Luego, en Silverstone, pensé: "Bueno, aquí cambio de plan, voy por algo más seguro". Analicé los números y me tiré por Norris, que venía fuerte con McLaren. ¿Qué pasó? Una llovizna inesperada, mala decisión de neumáticos y otro fiasco.

Y no les cuento lo de Singapur... Fui con todo por Verstappen, porque, vamos, es Max, ¿no? Imbatible, decían. Pero entre el calor, un safety car mal timed y un error suyo que nadie vio venir, mi apuesta se fue al carajo.

Lo peor es esa sensación de "si tan solo hubiera...". Si tan solo no me hubiera confiado tanto, si hubiera diversificado más las apuestas, si hubiera escuchado ese presentimiento que me decía "no vayas tan fuerte".

Ahora estoy en una de esas rachas donde todo sale mal. Hasta las apuestas pequeñas, esas que haces "por diversión", se me están yendo al hoyo.

Si alguien está en la misma, compartan su dolor, que aquí estamos para lamernos las heridas juntos.

