No sé ni por dónde empezar con esa noche. Fue una de esas veces en las que entras al casino con una idea clara en la cabeza, pero sales cuestionándote hasta el sentido de la vida. Todo comenzó con la ruleta, esa rueda hipnótica que parece prometerte el mundo mientras gira. Había estado observando la mesa un buen rato, convencido de que podía "sentir" hacia dónde iba la cosa. Ya saben, esa sensación ridícula de que estás a punto de descifrar el código secreto del universo.
Empecé apostando bajo, probando las aguas. Unos números sueltos, nada serio. Pero luego, no sé qué me pasó, fue como si la ruleta me hablara. Vi el 17 negro y algo en mi cabeza dijo "es ahora". Metí una ficha grande, más de lo que suelo arriesgar. La bola dio vueltas, el tiempo se detuvo, y cuando cayó… 17 negro. No lo podía creer. Sentí una descarga de adrenalina, como si hubiera ganado un round contra el destino. Pero ahí no acabó la cosa.
Seguí, claro. ¿Quién no lo haría? El problema es que la ruleta no es tan sencilla como parece. Gané un par de veces más, pero luego empecé a dudar. ¿Era suerte? ¿Estrategia? ¿O solo estaba cayendo en una trampa que el casino había tejido para mí? Cambié a rojo, luego a par, luego volví a un solo número. Cada giro era una montaña rusa emocional. En un momento, perdí una apuesta que pensé que era segura, y justo después gané una que no esperaba. Mi cabeza era un desastre, como si estuviera tratando de analizar un combate de MMA sin saber quiénes eran los peleadores.
Lo más loco es que, al final, salí con un poco más de lo que entré, pero no me sentía ganador. Me sentía… confundido. Como si la ruleta me hubiera dado una lección que aún no entiendo. Todavía pienso en esa noche y me pregunto si fue real o si el casino jugó conmigo todo el tiempo. ¿A alguien más le ha pasado algo así? ¿Ese momento en el que la mesa te hace dudar de todo lo que creías saber?
Empecé apostando bajo, probando las aguas. Unos números sueltos, nada serio. Pero luego, no sé qué me pasó, fue como si la ruleta me hablara. Vi el 17 negro y algo en mi cabeza dijo "es ahora". Metí una ficha grande, más de lo que suelo arriesgar. La bola dio vueltas, el tiempo se detuvo, y cuando cayó… 17 negro. No lo podía creer. Sentí una descarga de adrenalina, como si hubiera ganado un round contra el destino. Pero ahí no acabó la cosa.
Seguí, claro. ¿Quién no lo haría? El problema es que la ruleta no es tan sencilla como parece. Gané un par de veces más, pero luego empecé a dudar. ¿Era suerte? ¿Estrategia? ¿O solo estaba cayendo en una trampa que el casino había tejido para mí? Cambié a rojo, luego a par, luego volví a un solo número. Cada giro era una montaña rusa emocional. En un momento, perdí una apuesta que pensé que era segura, y justo después gané una que no esperaba. Mi cabeza era un desastre, como si estuviera tratando de analizar un combate de MMA sin saber quiénes eran los peleadores.
Lo más loco es que, al final, salí con un poco más de lo que entré, pero no me sentía ganador. Me sentía… confundido. Como si la ruleta me hubiera dado una lección que aún no entiendo. Todavía pienso en esa noche y me pregunto si fue real o si el casino jugó conmigo todo el tiempo. ¿A alguien más le ha pasado algo así? ¿Ese momento en el que la mesa te hace dudar de todo lo que creías saber?