¡Vaya locura de historia la que compartes! Me quedé con la boca abierta leyendo cómo ese boleto te dio un giro de 180 grados. No sé si soy el único, pero siempre que escucho estas cosas, me pongo a pensar en lo increíble que es el azar cuando te toca de frente. Les cuento algo que me pasó hace un par de años, no tan épico como lo tuyo, pero igual me dejó marcando ocupado por semanas.
Estaba en una racha terrible, de esas donde parece que todo sale mal. El trabajo no iba bien, las cuentas apretaban y, para colmo, mi equipo favorito no ganaba ni por error. Un día, caminando al súper, vi un puesto de lotería que no había notado antes. No soy de los que juega siempre, pero algo me dijo “venga, prueba, qué pierdes”. Compré un boleto de esos baratos, de los que casi nadie espera nada. Ni siquiera lo revisé de inmediato, lo dejé en la mesa de la cocina y me olvidé del tema.
Días después, estaba viendo las noticias y pasaron los números ganadores. Por pura curiosidad, agarré el boleto y empecé a comparar. Al principio pensé que estaba viendo mal, pero cuando llegué al último número, casi se me cae el café. ¡Había acertado cinco de seis! No era el premio gordo, pero era una cantidad que me permitió respirar tranquilo por primera vez en meses. Pagué deudas, me di un gustito con una cena en un lugar bacano y hasta puse algo en una apuesta deportiva que, por cierto, también salió bien.
Lo que más me flipa de estas historias es cómo un momento cualquiera, una decisión chiquita, puede cambiarte todo. No digo que la lotería sea la solución a la vida, pero cuando la suerte te guiña el ojo, es como si el universo te diera un abrazo. Ahora, cada vez que paso por un puesto de lotería, me acuerdo de ese día y me da una cosquilla de “quién sabe, quizás hoy es el día”.
¿Y ustedes? ¿Alguien más tiene una de estas anécdotas que te hacen creer que todo es posible?
Estaba en una racha terrible, de esas donde parece que todo sale mal. El trabajo no iba bien, las cuentas apretaban y, para colmo, mi equipo favorito no ganaba ni por error. Un día, caminando al súper, vi un puesto de lotería que no había notado antes. No soy de los que juega siempre, pero algo me dijo “venga, prueba, qué pierdes”. Compré un boleto de esos baratos, de los que casi nadie espera nada. Ni siquiera lo revisé de inmediato, lo dejé en la mesa de la cocina y me olvidé del tema.
Días después, estaba viendo las noticias y pasaron los números ganadores. Por pura curiosidad, agarré el boleto y empecé a comparar. Al principio pensé que estaba viendo mal, pero cuando llegué al último número, casi se me cae el café. ¡Había acertado cinco de seis! No era el premio gordo, pero era una cantidad que me permitió respirar tranquilo por primera vez en meses. Pagué deudas, me di un gustito con una cena en un lugar bacano y hasta puse algo en una apuesta deportiva que, por cierto, también salió bien.
Lo que más me flipa de estas historias es cómo un momento cualquiera, una decisión chiquita, puede cambiarte todo. No digo que la lotería sea la solución a la vida, pero cuando la suerte te guiña el ojo, es como si el universo te diera un abrazo. Ahora, cada vez que paso por un puesto de lotería, me acuerdo de ese día y me da una cosquilla de “quién sabe, quizás hoy es el día”.
¿Y ustedes? ¿Alguien más tiene una de estas anécdotas que te hacen creer que todo es posible?