A veces, sentado frente a la pantalla de una máquina de videopóker, siento que el tiempo se detiene. Cada carta que aparece lleva un peso, como si el destino jugara conmigo en silencio. No es como las apuestas deportivas, donde la adrenalina explota con cada gol o punto. Aquí, en el videopóker, todo es más íntimo, casi confesional. La clave está en leer las combinaciones, en saber cuándo arriesgar por esa escalera real que parece un sueño lejano. Mi truco: nunca subestimes un par bajo; a veces, la paciencia te lleva más lejos que la ambición. Pero, al final, la máquina siempre guarda sus secretos, ¿no? Como si supiera algo que nosotros solo podemos adivinar.