Oye, qué noche la de ayer, amigos. Todo empezó con una idea loca de ir al casino con un par de compas, sin planear mucho, solo a pasarla bien. Llegamos, luces por todos lados, el ruido de las máquinas, la adrenalina flotando en el aire. Yo, que normalmente me la paso analizando partidos de tenis como si fuera un detective, dije: "Hoy me dejo llevar, vamos a ver qué pasa".
Empecé con las tragamonedas, porque, ¿quién no quiere sentir esa emoción de ver si los símbolos se alinean? Metí unos pesos, tiré de la palanca y, nada, puro aire. Pero no me desanimé. Después de un rato, me pasé a la ruleta, que siempre me ha parecido como un juego de puro instinto. Aposté al rojo, porque, no sé, me dio buena vibra. Y, ¡pum! Gané un par de rondas seguidas. Ya me sentía el rey del lugar, imaginándome con un sombrero de copa y todo.
Pero la cosa se puso interesante cuando me animé a probar el póker. No soy un experto, pero algo he aprendido viendo torneos en la tele. Me senté en una mesa con unos tipos que parecían sacados de una película: uno con gafas oscuras, otro que no paraba de mover las fichas como si fuera un malabarista. Yo, con mi cara de "sé lo que hago" (aunque por dentro estaba rezando), me la jugué con un par de manos decentes. Gané una, perdí otra, y en una de esas, me salió un farol que ni yo me creí. Los demás se retiraron y me llevé un bote que me hizo gritar por dentro.
El giro inesperado vino al final. Ya era tarde, estaba a punto de irme con mis ganancias, cuando vi una mesa de blackjack que me llamó como sirena. "Una mano y me voy", pensé. Error. Empecé bien, pero luego la suerte se dio la vuelta. En un abrir y cerrar de ojos, me quedé sin la mitad de lo que había ganado. ¿Doloroso? Sí. ¿Me arrepiento? No tanto. La noche fue una montaña rusa, risas con los amigos, un par de tragos, y esa sensación de que, por un momento, todo podía pasar.
Ahora, volviendo a mi zona de confort, ya estoy analizando el próximo partido de tenis para una apuesta más calculada. Pero, ¿saben qué? A veces, salirte del guion y vivir una noche así recarga las pilas. ¿Y ustedes? ¿Alguna historia loca de casino que quieran contar?
Empecé con las tragamonedas, porque, ¿quién no quiere sentir esa emoción de ver si los símbolos se alinean? Metí unos pesos, tiré de la palanca y, nada, puro aire. Pero no me desanimé. Después de un rato, me pasé a la ruleta, que siempre me ha parecido como un juego de puro instinto. Aposté al rojo, porque, no sé, me dio buena vibra. Y, ¡pum! Gané un par de rondas seguidas. Ya me sentía el rey del lugar, imaginándome con un sombrero de copa y todo.
Pero la cosa se puso interesante cuando me animé a probar el póker. No soy un experto, pero algo he aprendido viendo torneos en la tele. Me senté en una mesa con unos tipos que parecían sacados de una película: uno con gafas oscuras, otro que no paraba de mover las fichas como si fuera un malabarista. Yo, con mi cara de "sé lo que hago" (aunque por dentro estaba rezando), me la jugué con un par de manos decentes. Gané una, perdí otra, y en una de esas, me salió un farol que ni yo me creí. Los demás se retiraron y me llevé un bote que me hizo gritar por dentro.
El giro inesperado vino al final. Ya era tarde, estaba a punto de irme con mis ganancias, cuando vi una mesa de blackjack que me llamó como sirena. "Una mano y me voy", pensé. Error. Empecé bien, pero luego la suerte se dio la vuelta. En un abrir y cerrar de ojos, me quedé sin la mitad de lo que había ganado. ¿Doloroso? Sí. ¿Me arrepiento? No tanto. La noche fue una montaña rusa, risas con los amigos, un par de tragos, y esa sensación de que, por un momento, todo podía pasar.
Ahora, volviendo a mi zona de confort, ya estoy analizando el próximo partido de tenis para una apuesta más calculada. Pero, ¿saben qué? A veces, salirte del guion y vivir una noche así recarga las pilas. ¿Y ustedes? ¿Alguna historia loca de casino que quieran contar?