Compañeros, qué buen hilo para compartir esas noches que se quedan grabadas. Aunque mi pasión son las regatas y las apuestas en las carreras de veleros, no puedo resistirme a contarles una experiencia que tuve en una mesa de póker hace un tiempo, porque creo que tiene su magia parecida a la de analizar el viento en una regata.
Fue en un casino pequeño, de esos que no tienen el glamour de las grandes cadenas, pero que tienen un ambiente cálido, como si todos se conocieran. Había llegado con la idea de solo mirar, porque mi cabeza estaba en una regata importante que seguía por streaming ese día. Pero me picó el bichito, y terminé sentándome en una mesa de Texas Hold’em con apuestas bajas. No era mi plan gastar mucho, solo quería probar suerte y despejarme.
Las primeras manos fueron un desastre. Estaba tan metido pensando en cómo los veleros maniobraban contra el viento que no leía bien las jugadas. Perdí un par de rondas por puro despiste, y me dije: “O te concentras, o te levantas”. Ahí cambió todo. Empecé a observar a los otros jugadores como si fueran patrones de barcos: uno era agresivo, siempre subiendo las apuestas como si tuviera el viento a favor; otro era más cauto, esperando el momento exacto para moverse. Me metí en ese juego mental, y de repente, las cartas empezaron a fluir.
La mano que nunca olvidaré fue cuando me llegó un par de ases. La mesa estaba tensa, porque el tipo agresivo había subido mucho desde el principio. Yo solo igualé, tranquilo, como quien espera la ráfaga perfecta en el mar. En el flop salió un rey, un diez y un cuatro. El tipo siguió apostando fuerte, y algo en su forma de mover las fichas me hizo pensar que no tenía nada sólido. Fui con él hasta el river, y cuando mostró su farol, yo bajé mis ases. La mesa quedó en silencio un segundo, y luego todos rieron. Gané un buen bote, pero más que las fichas, me llevé la sensación de haber “navegado” esa partida como si fuera una regata.
La lección que saqué esa noche es que, sea en una mesa de póker o apostando en una carrera de veleros, todo se trata de leer las señales y mantener la calma. A veces, el viento cambia, o las cartas no vienen, pero si sabes esperar y confías en tu instinto, las cosas se alinean. No volví a esa mesa por un tiempo, pero siempre que pienso en póker, me acuerdo de esa noche y de cómo, por un rato, el casino se sintió como un mar abierto.
¿Y ustedes? ¿Alguna noche en la mesa que los haya marcado?
Fue en un casino pequeño, de esos que no tienen el glamour de las grandes cadenas, pero que tienen un ambiente cálido, como si todos se conocieran. Había llegado con la idea de solo mirar, porque mi cabeza estaba en una regata importante que seguía por streaming ese día. Pero me picó el bichito, y terminé sentándome en una mesa de Texas Hold’em con apuestas bajas. No era mi plan gastar mucho, solo quería probar suerte y despejarme.
Las primeras manos fueron un desastre. Estaba tan metido pensando en cómo los veleros maniobraban contra el viento que no leía bien las jugadas. Perdí un par de rondas por puro despiste, y me dije: “O te concentras, o te levantas”. Ahí cambió todo. Empecé a observar a los otros jugadores como si fueran patrones de barcos: uno era agresivo, siempre subiendo las apuestas como si tuviera el viento a favor; otro era más cauto, esperando el momento exacto para moverse. Me metí en ese juego mental, y de repente, las cartas empezaron a fluir.
La mano que nunca olvidaré fue cuando me llegó un par de ases. La mesa estaba tensa, porque el tipo agresivo había subido mucho desde el principio. Yo solo igualé, tranquilo, como quien espera la ráfaga perfecta en el mar. En el flop salió un rey, un diez y un cuatro. El tipo siguió apostando fuerte, y algo en su forma de mover las fichas me hizo pensar que no tenía nada sólido. Fui con él hasta el river, y cuando mostró su farol, yo bajé mis ases. La mesa quedó en silencio un segundo, y luego todos rieron. Gané un buen bote, pero más que las fichas, me llevé la sensación de haber “navegado” esa partida como si fuera una regata.
La lección que saqué esa noche es que, sea en una mesa de póker o apostando en una carrera de veleros, todo se trata de leer las señales y mantener la calma. A veces, el viento cambia, o las cartas no vienen, pero si sabes esperar y confías en tu instinto, las cosas se alinean. No volví a esa mesa por un tiempo, pero siempre que pienso en póker, me acuerdo de esa noche y de cómo, por un rato, el casino se sintió como un mar abierto.
¿Y ustedes? ¿Alguna noche en la mesa que los haya marcado?