Qué locura, ¿no? Cada vez que me siento a analizar los partidos, mi cabeza empieza a hacer números: estadísticas, rachas, quién está lesionado, quién anda en forma. Todo bien lógico, bien fríamente calculado. Pero luego llega el momento de apostar y, ¡pum!, mi corazón se mete al juego. Es como si tuviera un tambor adentro que empieza a sonar con los colores del equipo que no debería ni mirar. El otro día, por ejemplo, con el clásico entre Boca y River, mi cabeza decía "River está sólido, tiene el mediocampo asegurado y la defensa no se quiebra". Pero mi corazón, ese traidor, me gritaba "Boca, Boca, siempre Boca, esos huevos no los tiene nadie". Adivinen qué pasó. Sí, perdí otra vez.
No sé si a alguien más le pasa, pero es como si mi instinto estuviera peleado con mi razón. Analizo los torneos como si fuera un experto, miro las tablas, los enfrentamientos previos, hasta el clima si me apuran. Pero cuando pongo la plata, algo se me cruza y voy por el underdog o por el equipo que me hace vibrar, aunque sea un desastre en la cancha. ¿Será que el fútbol latino tiene esa magia que te nubla? Porque no es lo mismo apostar a la Premier o a la Bundesliga, ahí sí me sale lo racional. Pero con nuestras ligas, con ese caos hermoso de la Libertadores o los torneos locales, mi cabeza se apaga y dejo que el pecho decida.
A veces pienso que debería tomarme un respiro, sentarme a ver los partidos sin apostar, solo por amor al juego. Pero luego viene esa adrenalina del torneo, esa sensación de que "esta vez sí la pego", y caigo de nuevo. La semana pasada, con el partido de Colo-Colo contra la U, hice todo el análisis: Colo-Colo venía de tres victorias seguidas, la U estaba tambaleando con problemas internos. ¿Y qué hice? Aposté por la U porque "sentí" que iban a dar la sorpresa. Resultado: 3-0 para Colo-Colo y yo mirando el techo como si me hubieran robado el alma.
No sé si es un tema de disciplina o si simplemente el fútbol me tiene atrapado en esa ruleta emocional. Alguien que me diga cómo apagar el corazón cuando apuesto, porque mi cabeza ya no puede más con estas derrotas que, en el fondo, hasta me hacen reír.
No sé si a alguien más le pasa, pero es como si mi instinto estuviera peleado con mi razón. Analizo los torneos como si fuera un experto, miro las tablas, los enfrentamientos previos, hasta el clima si me apuran. Pero cuando pongo la plata, algo se me cruza y voy por el underdog o por el equipo que me hace vibrar, aunque sea un desastre en la cancha. ¿Será que el fútbol latino tiene esa magia que te nubla? Porque no es lo mismo apostar a la Premier o a la Bundesliga, ahí sí me sale lo racional. Pero con nuestras ligas, con ese caos hermoso de la Libertadores o los torneos locales, mi cabeza se apaga y dejo que el pecho decida.
A veces pienso que debería tomarme un respiro, sentarme a ver los partidos sin apostar, solo por amor al juego. Pero luego viene esa adrenalina del torneo, esa sensación de que "esta vez sí la pego", y caigo de nuevo. La semana pasada, con el partido de Colo-Colo contra la U, hice todo el análisis: Colo-Colo venía de tres victorias seguidas, la U estaba tambaleando con problemas internos. ¿Y qué hice? Aposté por la U porque "sentí" que iban a dar la sorpresa. Resultado: 3-0 para Colo-Colo y yo mirando el techo como si me hubieran robado el alma.
No sé si es un tema de disciplina o si simplemente el fútbol me tiene atrapado en esa ruleta emocional. Alguien que me diga cómo apagar el corazón cuando apuesto, porque mi cabeza ya no puede más con estas derrotas que, en el fondo, hasta me hacen reír.