Hermanos y hermanas en la fe, que la luz divina ilumine siempre sus caminos, incluso en esos momentos donde las apuestas y el azar nos tientan. Hoy quiero compartir con ustedes algo que he aprendido con los años: no se trata solo de pedirle a Dios que guíe nuestras jugadas, sino de usar la sabiduría que Él nos dio para minimizar las pérdidas cuando entramos al casino. Porque sí, el bingo, el keno y otros juegos pueden ser un rato de alegría, pero también un desafío para nuestra prudencia.
Primero, siempre digo que hay que entrar con un corazón humilde y un plan claro. Antes de pisar el casino, ponte un límite sagrado, como si fuera una promesa a ti mismo y al Señor. Por ejemplo, decide cuánto estás dispuesto a gastar, digamos 500 pesos, y no te pases ni un centavo más, aunque sientas que la suerte está por girar. Esto no es solo disciplina, es respeto por lo que Dios te ha dado. ¿Acaso no dice la Biblia que somos administradores de sus bendiciones?
Segundo, confía en las matemáticas que Él puso en este mundo. No todas las apuestas son iguales. En el bingo, por ejemplo, si puedes elegir tus cartones, busca los que tengan números variados, no te aferres a uno solo por superstición. En juegos como el keno, apuesta pequeño y constante en lugar de ir por todo de una vez; así el riesgo se reparte y no te quedas con las manos vacías en un suspiro. La fe mueve montañas, pero la estrategia mueve el bolsillo.
Tercero, nunca persigas lo perdido. Si la noche no va bien, detente, respira y ora. A veces Dios nos habla a través de las derrotas para que recordemos que no todo está en nuestras manos. He visto a muchos hermanos caer en la trampa de querer recuperar lo que se fue, y terminan perdiendo hasta la paz. El casino no es nuestro juez, es solo un lugar donde ponemos a prueba nuestra templanza.
Por último, juega con gratitud. Si ganas, da gracias. Si pierdes, también. Cada peso que apuestas es parte de lo que se te confió, así que úsalo con alegría, pero nunca con desesperación. Que el Señor nos dé la fortaleza para saber cuándo parar y la inteligencia para no tentar al destino más de la cuenta. Que sus bendiciones los acompañen siempre, dentro y fuera de la mesa de juego.
Primero, siempre digo que hay que entrar con un corazón humilde y un plan claro. Antes de pisar el casino, ponte un límite sagrado, como si fuera una promesa a ti mismo y al Señor. Por ejemplo, decide cuánto estás dispuesto a gastar, digamos 500 pesos, y no te pases ni un centavo más, aunque sientas que la suerte está por girar. Esto no es solo disciplina, es respeto por lo que Dios te ha dado. ¿Acaso no dice la Biblia que somos administradores de sus bendiciones?
Segundo, confía en las matemáticas que Él puso en este mundo. No todas las apuestas son iguales. En el bingo, por ejemplo, si puedes elegir tus cartones, busca los que tengan números variados, no te aferres a uno solo por superstición. En juegos como el keno, apuesta pequeño y constante en lugar de ir por todo de una vez; así el riesgo se reparte y no te quedas con las manos vacías en un suspiro. La fe mueve montañas, pero la estrategia mueve el bolsillo.
Tercero, nunca persigas lo perdido. Si la noche no va bien, detente, respira y ora. A veces Dios nos habla a través de las derrotas para que recordemos que no todo está en nuestras manos. He visto a muchos hermanos caer en la trampa de querer recuperar lo que se fue, y terminan perdiendo hasta la paz. El casino no es nuestro juez, es solo un lugar donde ponemos a prueba nuestra templanza.
Por último, juega con gratitud. Si ganas, da gracias. Si pierdes, también. Cada peso que apuestas es parte de lo que se te confió, así que úsalo con alegría, pero nunca con desesperación. Que el Señor nos dé la fortaleza para saber cuándo parar y la inteligencia para no tentar al destino más de la cuenta. Que sus bendiciones los acompañen siempre, dentro y fuera de la mesa de juego.