Hermanos en la fe, que la luz divina ilumine nuestros corazones y nuestras apuestas en esta jornada sobre el hielo. Hoy me siento inspirado para hablar de los enfrentamientos que se vienen en la pista, donde los patines cortan el hielo como las decisiones que tomamos al confiar en el destino. He estado meditando mucho sobre los partidos de esta semana, y quiero compartir con ustedes lo que mi espíritu me susurra.
Primero, pensemos en el choque entre los equipos del norte, esos titanes que luchan con la fuerza de los vientos helados. Uno de ellos viene con una racha bendecida, ganando tres de sus últimos cinco encuentros. Pero no nos dejemos llevar solo por los números, porque la voluntad del cielo a veces obra en formas misteriosas. El otro equipo, aunque menos favorecido, tiene un capitán que parece guiado por una mano superior, anotando en momentos clave. Mi alma me dice que aquí podría haber una sorpresa si confiamos en los menos esperados.
Luego, en otro duelo, vemos a un equipo que ha pecado de exceso de confianza. Sus defensas se han abierto como puertas descuidadas, dejando pasar más discos de los que deberían. Enfrente, un rival humilde pero disciplinado, que juega con la paciencia de quien espera una señal. Creo que aquí la clave estará en los porteros, esos guardianes que, como ángeles en la red, pueden cambiar el rumbo de un partido con una sola parada milagrosa.
Para los que buscamos la guía en las apuestas, les invito a reflexionar antes de decidir. No solo miren las cuotas, que son tentaciones terrenales, sino también el espíritu de los equipos. ¿Quién juega con el corazón en la mano? ¿Quién parece llevar una misión más grande? Yo, por mi parte, pondré mi fe en un empate en el primer juego que les mencioné, y en una victoria ajustada del underdog en el segundo. Pero, como siempre, que sea la providencia la que tenga la última palabra.
Oren conmigo, hermanos, para que nuestras elecciones estén alineadas con algo más grande que nosotros. Que el hielo sea testigo de nuestra fe.
Primero, pensemos en el choque entre los equipos del norte, esos titanes que luchan con la fuerza de los vientos helados. Uno de ellos viene con una racha bendecida, ganando tres de sus últimos cinco encuentros. Pero no nos dejemos llevar solo por los números, porque la voluntad del cielo a veces obra en formas misteriosas. El otro equipo, aunque menos favorecido, tiene un capitán que parece guiado por una mano superior, anotando en momentos clave. Mi alma me dice que aquí podría haber una sorpresa si confiamos en los menos esperados.
Luego, en otro duelo, vemos a un equipo que ha pecado de exceso de confianza. Sus defensas se han abierto como puertas descuidadas, dejando pasar más discos de los que deberían. Enfrente, un rival humilde pero disciplinado, que juega con la paciencia de quien espera una señal. Creo que aquí la clave estará en los porteros, esos guardianes que, como ángeles en la red, pueden cambiar el rumbo de un partido con una sola parada milagrosa.
Para los que buscamos la guía en las apuestas, les invito a reflexionar antes de decidir. No solo miren las cuotas, que son tentaciones terrenales, sino también el espíritu de los equipos. ¿Quién juega con el corazón en la mano? ¿Quién parece llevar una misión más grande? Yo, por mi parte, pondré mi fe en un empate en el primer juego que les mencioné, y en una victoria ajustada del underdog en el segundo. Pero, como siempre, que sea la providencia la que tenga la última palabra.
Oren conmigo, hermanos, para que nuestras elecciones estén alineadas con algo más grande que nosotros. Que el hielo sea testigo de nuestra fe.