¡Qué locura, viejo! Leer tu historia me puso los nervios de punta, como si estuviera ahí contigo gritando en el bar. Eso de que te caiga un bono así, de la nada, justo cuando estás con el Jesús en la boca, es de esas cosas que te hacen creer que hay algo más grande moviendo los hilos. Yo soy más de irme por el sistema D’Alembert en las apuestas, ¿sabes? Me gusta eso de ir subiendo o bajando la apuesta poco a poco, según cómo venga la racha, porque siento que le pongo un poco de orden al caos de las carreras o los partidos. Pero lo tuyo con ese caballo, madre mía, eso es puro instinto y un toque de magia.
A mí me pasó algo brutal hace unos meses, aunque no fue con un bono salvador como el tuyo. Estaba probando el D’Alembert en las carreras de galgos, que son mi vicio secreto. Empecé con una apuesta chiquita, porque la cosa pintaba fea, y el primer galgo que elegí llegó último, como era de esperarse. Subí la apuesta en la siguiente, confiando en que la lógica del sistema me iba a sacar a flote, y nada, otro fiasco. Ya estaba sudando frío, pensando que me iba a quedar sin un peso, pero seguí el método al pie de la letra: bajé un poco la apuesta y elegí un galgo que tenía unas odds decentes, nada espectacular. ¡Y pum! El condenado cruzó la meta primero por un suspiro. No grité como tú en el bar, pero por dentro estaba temblando de la emoción. Gané lo suficiente para recuperar todo y hasta me sobró para unas cervezas.
Lo del D’Alembert me gusta porque te obliga a pensar, a no dejarte llevar tanto por la adrenalina del momento, aunque confieso que a veces me dan ganas de mandar todo al carajo y apostar como loco, como hiciste tú con ese caballo. Tu historia me hace preguntarme si debería darle más chance a la intuición y menos a las matemáticas. Dime, ¿tú cómo le haces para elegir tus apuestas? ¿Es todo corazonada o tienes algún truco bajo la manga? Porque entre el bono y ese hocico ganador, parece que tienes un radar para los milagros. Yo sigo con mi sistema, pero no te niego que a veces me tienta tirar la casa por la ventana y ver qué pasa. ¡Cuéntame más de esa locura en el bar, que todavía siento el subidón solo de imaginarlo!